Habitualmente evaluamos qué han aprendido nuestros alumnos como termómetro que nos permite saber si se han adquirido o no los objetivos. Pero evaluar es mucho más. Últimamente intento poner en práctica la coevaluación, la autoevaluación, pero realmente, a la hora de traducirlo a una nota resulta complejo, porque normalmente se evalúan muchas competencias simultáneamente y nunca sé cómo extrapolarlo con exactitud.
Sí recibo mucha información de qué cosas debo modificar para otras ocasiones, como por ejemplo un mayor control del tiempo o una mejor elección de herramientas digitales, ya que, a veces ocurre que se preparan en casa y después no pueden verse en clase por la incompatibilidad de los sistemas. A veces también descubro qué alumnos o alumnas no pueden trabajar juntos o a cuáles no les funciona esta forma de trabajar. Son cuestiones complejas que cuesta delimitar en el día a día del aula.
Las estrategias de evaluación que utilizo son variadas, van desde exámenes escritos a exposiciones orales de productos que los alumnos crean utilizando las nuevas tecnologías, pasando por rúbricas de evaluación, porfolios, coevaluación y autoevaluación.
Intentamos evaluar tanto los conocimientos como las actitudes, los procesos y los productos. Personalmente, me resulta complicado que ellos puedan saber en qué punto de su evaluación están en cada momento, pero al final para mí es fácil decir qué cosas debemos mejorar. Es interesante que ellos evalúen la actividad realizada, sin embargo a ellos no suele parecerles interesante hacer este ejercicio más allá de "me ha gustado" o "yo así no me entero".
La evaluación se produce en distintos momentos. Depende del tipo de actividades que se están llevando a cabo, aunque no todas tienen el mismo peso y esto es lo que me cuesta determinar. Solemos preguntar a diario para poder ir modificando el proyecto inicial en función de los objetivos conseguidos, ello nos lleva al ya mencionado problema del control del tiempo que siempre es estimativo.